Capítulo 1.

La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.Epicuro de Samos. 


Ese día desperté con más prisa. Al igual que siempre, iba tarde. Me baño en menos de cinco minutos, recojo mi cabello oscuro en una cola alta y me pongo el traje vino que anoche planché. 
Mientras tomo un par de galletas, me pongo los tacones y salgo apresuradamente, caigo en cuenta que olvidé el reporte del día anterior. Me devuelvo, maldiciendo por lo bajo, y cierro la puerta por segunda vez. Bajo las escaleras hacia el primer piso, y salgo hacia la concurrida calle.Todas las personas que pasan por allí llevan un maletín, se ven como hombres y mujeres de la sociedad trabajadora, como hombres y mujeres que parecen ser dirigidos más por sus costumbres que por sus deseos. Solo una persona desentona allí. Un hombre envuelto en ropa maltrecha, con barba de varios días y un sombrero raído que mira a todos los transeúntes al pasar. Me mira extrañamente. Bah, no tengo tiempo para darle limosnas. Llegaré tarde al trabajo y Eric, mi jefe, no tolerará una llegada tardía más. Acomodo mi bolso en mi hombro, y dirijo mi mirada hacia el frente. Hay al menos una docena de taxis, pero todos ocupados. Maldición, pienso, si tan solo tuviera tiempo para aprender a manejar... pero ni eso tengo, tiempo. Sigo estirando la cabeza para ver un taxi vacío, cuando siento a alguien detrás de mí. Giro la cabeza y encuentro al tipo del sombrero raído mirando por encima de mi cabeza.
– Diez minutos –susurra –solamente diez minutos. 
Me aparto, extrañada. El hombre sigue mirando por encima de la cabeza, como si tuviera algo encima de ella. Alzo la mirada, y el cielo gris pálido es lo único que veo.
– Diez minutos –repite, con los ojos rojos desenfocados.
– ¿Qué quiere? –le pregunto, abriendo nerviosamente mi bolso en busca de mi monedero. Él me mira penosamente, y chasquea la lengua. 
– Solamente diez minutos –da la vuelta y se va –que lástima, se nota que usted tiene un futuro brillante. 
Se va caminando hasta perderse. Drogas, de seguro, pienso. Chasqueo la lengua y milagrosamente, aparece un taxi vacío. Le hago señas y éste parque enfrente de mí. Me monto en el asiento de atrás, y le doy la dirección de mi trabajo. El conductor asiente y se encamina, pero a la vuelta de la manzana hay una congestión de carros enorme. Suspiro y le digito a Eric en el celular que hay congestión. "Una más, y estarás despedida. Tienes diez minutos para estar aquí". Sonrío a mi pesar. 
Después de unos cinco minutos, el taxi avanza lentamente por la avenida, y justo en la misma calle en la que me bajo, otra presa de carros aparece. Chasqueo nuevamente, una mala costumbre, y le pago al taxista.
– Gracias –digo –pero iré caminando.
Él acepta el dinero, y cierro la puerta.
Camino apresuradamente por entre la gente, deseando que esos preciados diez minutos no se me vayan del todo. Diez minutos...la voz del hombre del sombrero resuena en mi cabeza. Aparto la idea con un movimiento de cabeza, y continúo caminando. 
Justo cuando estoy a unos pocos metros de la entrada del edificio donde trabajo, un tipo me golpea y se cae mi informe. Maldigo de nuevo, y el tipo, apenado, se dispone a recogerlo. Cuando me da las hojas en mi mano, unas de estas vuelan. El tipo sale corriendo y las trae. Miro el reloj. Faltan unos segundos para completar el tiempo que Eric me dio. Es oficial. He llegado tarde. Le doy las gracias torpemente y casi corriendo, me dirijo hacia la entrada 
De repente, oigo a alguien gritando. Me vuelvo asustada, y siento que alguien me embiste con tanta fuerza que caigo hacia atrás varios metros. Las hojas del informe salen volando justo en el momento que varios sacos de cemento caen pesadamente justo en el lugar donde me encontraba hacía unos escasos segundos. Me levanto farfullando, y veo al tipo de sombrero raído a la par mía.
– Diez minutos –susurra, con los ojos desorbitados – eso era lo que le quedaba de vida sino la hubiera salvado.
– ¿Qué? –pregunto, aún aturdida. Varias personas se acercan rápidamente, diciendo cosas incomprensibles. 
– Aprecie esta nueva vida, porque será la última vez que la salvo –susurra él. Se levanta y se va. Nadie gira la cabeza hacia él. 
– ¿Está usted bien, señorita? –pregunta una voz.
Levanto la cabeza, y me asusto.
Encima de la cabeza del tipo, veo una sucesión de números que corren. Cierro los ojos fuertemente, y los vuelvo a abrir. Ahí siguen.
– Sí, sí...yo...–pero no continuo. Miro a las demás personas. Todas tienen una cifra encima de sus cabezas. ¿Será una secuela del golpe? –no...
– ¡Llamen a una ambulancia! –grita alguien.
Me levanto torpemente con ayuda del tipo que habló primero. Alzo la cabeza y veo que los sacos provenían de la nueva planta que están construyéndole al edificio. 
– ¿Se encuentra bien? –pregunta de nuevo el tipo.
Miro la cifra encima de su cabeza. Es como un cronómetro en cuenta regresiva. Agito la mano, pero estos no desaparecen. 
– ¡Llamen a alguien! ¡Está alucinando!
No. No estoy alucinando. 
Sé que estoy bien.
Sé que es esto.
Diez minutos...
Esas cifras...Son su cuenta regresiva hacia la muerte.