Indice de una historia (I)

Iba por la avenida. Su día transcurría con normalidad...sin embargo, ese día sabía que sería diferente. Miró a ambos lados para cruzar la calle, y al instante vio a un hombre vestido de negro que la miraba, con un rostro que atrapaba y un corazón que hechizaba.
Al instante, se sintió cohibida, no sabía que pensar. Se le cayeron las cosas que en la mano llevaba: hojas, apuntes, libros, todo aquello que sirve para tratar de hacernos pensar. Amablemente, un "déjeme ayudarla" le dice. Le acompaña hasta donde espera el bus, le habla amablemente y le hace reír...y con otra sonrisa le dice "mucho gusto, soy tu muerte".
Sabía que aquel era su destino por tanta santa revelación de la cual había gozado. Le dijo "mañana te encontraré, y no intentes huir al destino porque todo está ya escrito"...lo miró nuevamente, aquel rostro simplemente la tenía atrapada...cuando se alejaba, vio que su sonrisa caía, y muerto de vergüenza de si mismo, echaba a correr por la ciudad.
Dos o tres meses más, y siempre la encontraba. Corría entre calles y avenidas, personas y mentiras y siempre lo hacia. No sabía como escapar de semejante pesadilla. Muy avanzado el tiempo, se dejó llevar por la corriente: ante el encanto y la muerte no hay quien resista.
Por una o dos casualidades, sus caminos se cruzaron...al instante se llevaron, pero por una o dos casualidades terminó a su lado, oyendo su respiración, mas no sintiendo sus ganas de respirar.
Pasó el tiempo y el encanto que la mantenía a sus pies se iba rompiendo, y empezó a conocer su lado oscuro y tenebroso, aquel que le daría su nueva vida, su nuevo inicio y un cercano final.
Ya de noche, miró a su lado: su rostro destacaba contra la oscuridad, nítido...miró al otro lado aún en sus brazos...miró por la ventana pensando en la única forma de escapar.
Miró sus ojos almendrados que destellaban en la penumbra, y los veía fijos al techo, esperando que el mismo dios al que le estaba rezando lo ayudara, porque sabía lo que haría cuando el reloj marcara la una de la madrugada. Los cerró de nuevo, intentando conciliar el sueño que nunca tuvo.
Silenciosamente, ella se levantó: sabía lo que haría y jamás se lo perdonaría. Descalza, caminó entre lágrimas y fuego...caminó hasta la cocina, y un hermoso objeto afilado tomó, solo por protección, o tal vez por curiosidad.
Sabía que todo estaba custodiado por algo extraño y sin explicación, eso que hace nuestra vida amarga y vacía, y la única forma de escapar era por aquella ventana de cortinas blancas de seda. Caminó despacio, el viento y los recuerdos hacían más ruidos que sus pisadas...entró de nuevo al cuarto, aquel que tantas noches la protegió de la verdad...vio su daga también, en la mesita de noche junto a las notas de su señor, aquel al que siempre obedecería. La noche era profunda y clara, "tomarás mi vida el día que tome la tuya" dijo mirándolo: su rostro siempre lo recordaría.
Estando a menos de dos pasos de su final, pensó que aquello era injusto, no tendría valor si lo hacía. Miró de nuevo hacia la ventana: era su hora de escapar...escapar del tormento de su propia muerte.
No lo entendía, no entendía porque él quería destruirla...una sola lágrima le cae por la mejilla, no sabía que era ella la elegida. Y su corazón se estrujó: su madre siempre le dijo que era especial. Desesperó, sola en la noche, mintiéndole a su corazón para poder escapar.
Tiró cuanta cosa vio para reventar aquella burbuja de felicidad: ahora sabía porque la iba a matar. Él despertó confundido: no sabía donde estaba ni quien era, pero su miedo era grande, pues su señor lo iba a condenar.
Antes de saltar a su salvación, lo miró una vez más...jamás se cansó de mirar. "Recuérdame siempre" dijo ella
"Recuérdame como la mentira más grande de la humanidad"
"Y recuerda que siempre te amé, y algún día te volveré a encontrar" dijo él cuando la vio con el viento enmarañando su cabello, subida en el alféizar.
Ese dos de diciembre jamás se le olvidará, por que ese día de la misma muerte consiguió escapar.